Zaragoza y la intervención francesa

por | May 4, 2024 | Portada

Los acontecimientos del segundo imperio mexicano, muestran la comprensión histórica de un mismo suceso desde dos diferentes visiones. Para la historia francesa, desde el Tratado de Miramar, la aventura que trajo a Maximiliano de Habsburgo a México en mayo de 1864 fue una expedición. Para la historia de nuestro país, se trató de una intervención, de una invasión con todas sus aristas y en todos sus aspectos.  

La intervención francesa abarca un sinnúmero de páginas en la historia de México y como tal, fue un proceso histórico que acaparó la atención incluso de pensadores de otras latitudes. Lo que ya está escrito y definido a nivel nacional y en varias regiones de la república no se puede manipular; y es necesario recalcar que, el segundo imperio mexicano delinea la historia del impulso de Napoleón III a Maximiliano de Habsburgo en una inverosímil aventura en nuestro país.

Maximiliano abandonó Trieste para hacerse a la mar, desoyó a Napoleón quien le prohibió visitar a Pío Nono; llegó a Veracruz, un panorama negro le esperaba en la capital del país: chinches en Palacio Nacional; falta de recursos; un presidente legítimo en la resistencia que se repliega en el norte; una sociedad capitalina que a lo mejor no le ve mal pero, no acaba de convencer; una clase política dividida, la mayor parte simpatizante de la causa Juarista; en fin, un segundo imperio cuesta arriba y con demasiados obstáculos para establecerse.

Entre las grandes aventuras de la historia del mundo, pocas tan trágicas y estúpidas como la de Maximiliano. Determinante para la caída del príncipe extranjero fue la convulsión política en Europa, el crecimiento militar de Prusia, la molestia de los propios franceses quienes consideraban una insensatez la aventura mexicana y, el enorme despilfarro de recursos para mantener a las tropas francesas en México sosteniendo a la pareja imperial.  

Los acontecimientos relacionados al Segundo Imperio de México se narran sin duda mejor desde la condición y circunstancia de un Benito Juárez en la resistencia; de un débil ejército mexicano enfrentándose al mejor del mundo; de un Habsburgo que gobernaba junto con su mujer; y desde la certeza de un pueblo que nos detalla victorias inenarrables a punta de fusiles y machetes.  

El cinco de mayo de 1862 en Puebla, las tropas mexicanas al mando del gran Ignacio Zaragoza resisten el asalto de los franceses a las posiciones nacionales. Los contingentes de los generales Porfirio Díaz, Miguel Negrete, Felipe Berriozábal y la caballería del coronel Antonio Álvarez, derrotaron al que en aquel entonces era considerado el mejor ejército del mundo. Zaragoza no equivocó sus vaticinios, supuso que la soberbia de Charles Ferdinand Latrille le iba a permitir al francés atacarle de frente. Así sucedió. El desenlace, todos lo conocemos. La falta de visión de Lorencez, quien subestimó a su bien motivado enemigo fueron determinantes en la derrota francesa como también lo fueron la estrategia y el valor de los militares mexicanos

Zaragoza Seguin, nació en Bahía del Espíritu Santo, en lo que entonces era el Estado mexicano de Coahuila y Texas en marzo de 1829. Se había quedado sin patria cuando su tierra le fue arrebatada a nuestro país por los norteamericanos. Pudo escoger ser gringo después de este despojo; sin embargo, optó por ser hijo de México y defender su soberanía en la intervención francesa en aquella página gloriosa de Loreto y Guadalupe. Murió solo cuatro meses después de aquella hazaña. Los laureles victoriosos en las sienes de Zaragoza aquel día de mayo en Puebla, proveyeron a México, una nación empobrecida, rota y exhausta de un sentimiento de enorme dignidad determinante para seguir luchando contra los europeos. 

Hoy más que nunca somos una nación libre, independiente y soberana que vive a la par de sus historias fascinantes. Miles de sucesos, parte de lo cotidiano, se agolpan en las pasiones y las razones de esta gran nación. La Batalla de Puebla fue un grito de esperanza en medio de una invasión extranjera.

Con todo en contra, Ignacio Zaragoza nos enseñó que no hay que doblegarse ante la adversidad. Hasta este México del siglo XXI, tenemos que evocar el pensamiento del gran José Emilio Pacheco: “En medio de tanta sangre, tanta sombra y tanto dolor, el 5 de mayo de 1862 es para nosotros una fecha luminosa. Siglo y medio después su resplandor nos sigue iluminando”.

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