Quizá la característica más importante de todo el sistema político en México en el siglo XX fue la gran capacidad del partido oficial para conservar el poder. Desde el primer triunfo en 1929 hasta la primera derrota en 2000, los oficialistas contaron 12 éxitos en las elecciones presidenciales de manera consecutiva.
Pascual Ortiz Rubio, del partido Nacional Revolucionario, se enfrentó en la elección presidencial de ese 1929, a José Vasconcelos, candidato del Partido Nacional Anti reeleccionista; escritor y pensador muy poderoso, de arrolladora personalidad y cuya obra dejó profunda huella en la educación y en la vida cultural de nuestro país. En aquella contienda, Pedro Rodríguez Triana, exgobernador de Coahuila, fue el candidato del Partido Comunista Mexicano.
Gallo de Emilio Portes Gil, tras la muerte de Álvaro Obregón, Pascual Ortiz Rubio ganó aquella elección con más del 90% de los sufragios. Ingeniero de profesión, el michoacano Ortiz Rubio era un tipo mediocre y de personalidad gris. Jamás hizo algo digno de mencionar cuando fue presidente de México entre 1930 y 1932.
El fraude en esos comicios de noviembre del 29 fue descarado y monumental. Hubo muertos y muchos heridos en todo el territorio nacional. Nada raro en aquellos tiempos del México bronco, en el que las armas hacían valer la ley de los tiranos para conservar a plomazos el poder. Para el lapso que se menciona -1929-2000-, los fraudes más escandalosos fueron sin duda este del 29, el de 1940 y el de 1952.
De quijotesca figura y estrafalaria personalidad, el zacatecano Don Nicolás Zúñiga y Miranda fue el primer ciudadano en auto nombrarse presidente legítimo de México. Después de esta controvertida elección, el Oaxaqueño José Vasconcelos fue el segundo miembro de la política mexicana en auto proclamarse para el mismo puesto; lo hizo a pesar de sus capacidades y de ese enorme talento que mujeres y hombres de aquella época le reconocían. Después del atropello electoral, llamó al pueblo de México a apoyarle; fue el padre del Plan de Guaymas, en el que se establecía que en la república no había más autoridad legítima “que el señor licenciado José Vasconcelos, electo por el pueblo en los comicios del 17 de noviembre”.
El político oaxaqueño tuvo que dejar el país de manera voluntaria después de aquel doloroso descalabro electoral. Vasconcelos se fue a lo mejor, porque aborrecía a Calles, al llamado jefe máximo y no quiso quedarse y ser cómplice reconociendo al gobierno de Ortiz Rubio surgido de un proceso a todas luces ilegal. La dura derrota quizá fue procesada desde la experiencia y la formación de un hombre nacido y educado en el respeto a los preceptos de un catolicismo muy duro. Tal vez tuvo otras razones. Nadie puede saberlo con precisión.
Abandonó el país como un espantajo un mes después de la derrota. Le dolía particularmente la apatía del pueblo mexicano que, según él, no había respondido. En un México de ires y venires, de ganadores y derrotados, de paredones de fusilamiento y ejecuciones, a lo mejor, Vasconcelos nunca pudo sopesar que en 1913 a Francisco Madero ¡Tampoco le respondieron!
El inefable destino logró que en 1936, siete años después, Plutarco Elías Calles abordara un avión para emular a Vasconcelos. Lo hizo del mismo modo que el oaxaqueño: apesadumbrado y derrotado. Ese mismo destino, ese mismo año, hizo que en San José California se reencontraran los dos personajes en una histórica reconciliación como lo mencionaron los diarios ¿En verdad se reconciliaron? Creemos que sí porque, cuando Calles se fue a la tumba, su acérrimo enemigo del 29 fue a despedirle y, para la cultura mexicana… no existe momento más íntimo y verdadero que el de la muerte.
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