La Academia Nacional de Historia y Geografía: Un Vuelo Eterno del Espíritu en el Corredor del Tiempo.

por | May 22, 2025 | Nacional

  • Una obertura Mística .

Un eco venerable de 1919 susurra entre los muros de la Universidad Nacional. Un grupo de jóvenes, con la visión de José Vasconcelos como guía, encendió la chispa de la «Unión de Juventud de Hispanoamérica». Eran soñadores, arquitectos de un futuro que se tejía con hilos de pasado y presente. Aquella simiente germinó, y junto a sabios mentores, dio vida a una academia de estudios geográficos e históricos, con el alma puesta en la grandeza iberoamericana.

El tiempo, ese escultor silencioso, cinceló el destino. El 8 de mayo de 1925, bajo el lema «Por la casa en servicio de la humanidad», que pronto se transformaría en «Por la ciencia en servicio de la humanidad», la Academia abría sus puertas al porvenir. Y así, el 19 de mayo de 1925, en el paraninfo universitario de la Universidad Nacional de México, el rector Alfonso Druneda, con la solemnidad de quien asiste a un nacimiento, apadrinaba a los 32 iniciáticos miembros.

Cien años después, me encontré anclada en un ventanal del majestuoso Palacio de la Autonomía. Los rayos del sol, cómplices de mi reverie, desvelaban un ballet de recuerdos, sucesos de nuestra historia que danzaban en cámara lenta. El Templo Mayor, imponente y silencioso, me susurraba la grandeza de una civilización milenaria. A unos pasos, la Catedral, con su gloria arquitectónica y sacra majestad, me narraba el esplendor del virreinato. Mis ojos vagaron por los transeúntes, efímeras sombras bajo el balcón, hasta que una voz, dulce y maravillosa, me devolvió al presente, al tiempo. «Muñequita linda de cabellos de oro», entonaba, y en ese instante, creí verlos. A Vasconcelos, y al espíritu de Luis Rubio Silíceo, ese alumno visionario, a Pascual Ortiz Rubio y Juan Manuel Torres, danzando afanosamente, sembrando con cada paso el legado que hoy cosechamos. El aire se impregnaba, no solo del olor a madera centenaria, sino del espíritu intangible de aquellos estudiantes que iniciaron tan loable labor.

La melodiosa soprano se desvaneció, y la voz del Doctor Ulises Casab Rueda me trajo de regreso, aunque su elocuencia era tan vívida que parecía hablar desde 1925. En sus palabras, sentí el eco de José Vasconcelos, el espíritu de aquellos jóvenes. Nuestro Ulises, nuestro hombre sabio de este tiempo, nos traía a la memoria la proeza de fundar esta academia de luz, que ha visto pasar por sus salones a innumerables personajes que han tejido la historia. Nombres como Jaime Torres Bodet, Manuel Gamio, Jean Coustoume y hasta el propio Carl Sagan, han enriquecido con su presencia y su legado esta venerable institución. A sus presidentes, que, a través de los años, han aportado y trabajado incansablemente desde la Academia para la sociedad. Tras sus canas, en la nobleza de su mirada, se revelaba la misma figura de grandeza de alma, de sapiencia. ¡Qué privilegio inmenso tenerlo entre nosotros, bebiendo de su conocimiento, de su fraternidad!

Y entonces, Eleonora Elizabeth Rembis Rubio, con apellidos que resuenan con la historia misma, nos contagió con su mensaje. Tan casual, tan innovador, con un toque de humor que contrastaba con la solemnidad de un siglo atrás, irrumpió en este tiempo nuestro, el tiempo de las mujeres. ¿Quién hubiera imaginado, hace un siglo, que en este centenario una mujer presidiría esta lustrísima Academia? ¡Qué momento se alzó allí! Ella, Eleonora Elizabeth, la primera mujer en presidir esta Academia, la primera mujer presidente. Nos regresa al presente, emotivamente, a este tiempo que vivimos, al 2025, con una Academia más viva que nunca, ajustada a un presente donde tantas mujeres somos parte fundamental de su esencia.

No hay mejor manera de celebrar, de conmemorar, que estos cien años de historia, años de cambio que hoy, hoy mismo, ya son parte de la historia. El legado florece, la luz perdura, y la ciencia, en servicio de la humanidad, continúa su incansable danza hacia el porvenir.

Por Julia Astrid Suárez Reyna