Nuestro planeta es un ser vivo. Gira alrededor del Sol a casi 30 kilómetros por segundo. Desde que se creó en la inmensidad del universo es movimiento constante. La Luna, su satélite natural estabiliza su rotación. La historia de los porqués estamos en la Tierra, del porqué somos como somos, de qué es lo que nos rodea, de qué es lo que constituye al mundo, es simple y sencillamente la historia de la ciencia.   

Algunos estudiosos señalan como fechas claves del inicio de la revolución científica: 1543, cuando el clérigo polaco Nicolás Copérnico publicó, Las Revoluciones de los Orbes Celestes; el mismo año, La Fábrica del Cuerpo Humano, de Andrea Vesalio; y 1687, con la publicación de los Principios Matemáticos de la Filosofía Natural, de Isaac Newton.

Cualquiera que haya sido la punta de lanza; este movimiento revolucionario, llevó a la ruina el esquema medieval del cosmos y dio lugar a una nueva visión de un universo abierto y ajeno a cualquier tipo de jerarquía. Desde aquella mitad del siglo XVI la Tierra quedó inmersa en una enorme revolución del intelecto y de las ciencias que han cambiado la naturaleza del saber, la comprensión del universo y las capacidades de entendimiento de mujeres y hombres en el mundo.

Según diversos autores, esta revolución se extendió al menos a lo largo de dos siglos: el XVI y el XVII; algunos otros afirman que es un movimiento vigente hasta nuestros días con los nuevos descubrimientos en todas las ramas de las ciencias. El tema es muy apasionante porque, historiadores y filósofos han estado en desacuerdo en cuanto a la etapa histórica en la que inició y desarrolló este movimiento.

El desarrollo científico vivió tiempos muy complicados por la iglesia católica dominante en gran parte de la geografía mundial; cuando pudo avanzar, las capas de la sociedad experimentaron el progresivo abandono del antiguo criterio de autoridad para explicar los fenómenos de la naturaleza; sin que ello representase forzosamente, una oposición a las creencias o enseñanzas de la religión en contra de lo que pudiera pensarse a primera vista.

Con todas las consideraciones anteriores concluimos: la revolución científica ha ocurrido una sola vez: a fines del siglo XVI y primera mitad del siglo XVII, transformó irreversiblemente a la ciencia y, cambió la visión total del mundo en una etapa de transición de la oscuridad de la edad media, a la luz de la era moderna en la que actualmente convivimos.

Dar a conocer la ciencia con su respectiva corriente historiográfica, es necesario para entender a profundidad todas las manifestaciones de la naturaleza y, para saber convivir también con todos estos fenómenos que seguirán ocurriendo en la Tierra con los seres humanos, sin ellos o a pesar de ellos.

La humanidad ha parido mujeres y hombres fascinantes; su lucha por descubrir las razones de nuestra creación y estancia en el mundo ha sido enorme. En este titánico esfuerzo, aún quienes perecieron en la hoguera, nos legaron conocimientos que hasta nuestros días, siguen siendo la base de la ciencia moderna en sus diferentes ramificaciones.

Esta historia de la ciencia tiene que servir para que los menores conozcan los obstáculos que enfrentaron las mujeres y hombres en las épocas más obscuras de la humanidad, cuando la religión católica enfundada en falsos dogmas tenía poder absoluto sobre las formas de pensamiento de los seres humanos. En este terreno es necesario destacar la labor del astrónomo Carl Sagan con sus libros: El Cerebro de Broca; de 1979; Cosmos, de 1980; Un Punto Azul Pálido, de 1994; El Mundo y sus Demonios, de 1995; Una Breve Historia de Casi Todo, de Bill Bryson, de 2003; o La Invención de la Ciencia de David Wootton, de 2017. Las seis publicaciones, entre otras anteriores y posteriores, están dedicadas a divulgar la ciencia de manera sencilla, relatando acontecimientos y descubrimientos científicos de diferentes épocas de la historia de la humanidad.

La historia de la ciencia es parte de nuestra memoria viva. En la vida todo tiene un porqué y no necesariamente está ligado a dioses, demonios y fantasmas… 

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