Al final de sus días, Porfirio Díaz, posiblemente era un hombre amargado y derrotado en una ciudad luz abundante de historias y leyendas. La muerte le alcanzó un dos de julio de 1915 justo en el cruce de la Segunda Guerra Mundial. Los últimos cuatro años de su vida pasaron casi inadvertidos para un gran número de historiadores. Antes, en noviembre de 1910 empezó la revolución mexicana, unos meses después, dejó México donde lo era todo, más por la fuerza que nada, para refugiarse en París donde era un don nadie.
En los archivos de la Prefectura de Policía de la capital de la Francia, existe un expediente en donde se certifica que su cuerpo fue embalsamado y detalla al mismo tiempo, las sustancias que le fueron suministradas para tal proceso ¿Por qué embalsamar su cadáver? Fue sepultado originalmente en la Iglesia de Saint Honoré.
Pensamos que la razón más importante la tenía su viuda, Carmen Romero Rubio, quien siempre guardó la esperanza de que sus restos retornaran a México. Al esfumársele tales anhelos decidió trasladar el cuerpo a Montparnasse. Una capilla angosta, alta, de piedra, que en el frontispicio muestra una leyenda en forma ojival: “General Porfirio Díaz”, rodeando un alto relieve del escudo nacional mexicano, es su morada final en el cementerio local.
En el tramo último de su existencia, el Ypiranga le dio boleto de ida a Europa pero, no de regreso a México. En un doloroso exilio recordó muy probablemente sus años de gloria; aquella búsqueda de la paz, del orden y el progreso; y tal vez, anhelando también regresar a Oaxaca, su tierra natal.
En el desarrollo de la historia mexicana, Porfirio Díaz es un personaje de claroscuros. Odiado por algunos y admirado por otros. Su gobierno mutó de la democracia y del sufragio efectivo al necesariato, como lo llamara alguna vez Daniel Cosío Villegas, para terminar en la dictadura.
La desaparición de enemigos, críticos y opositores fue un recurso muy efectivo para un régimen que abandonó la modernidad política y social para enfrascarse en la búsqueda de la modernidad tecnológica y económica.
En el México de hace algunas décadas y hoy más que nunca, es necesario decir que los restos del héroe de la batalla del 03 de octubre dejaron de tener significación alguna para la clase política del presente. Habrían cenizas y asuntos del pasado que no tendríamos porqué remover.
Al anciano caudillo le alcanzó un presente que no quiso ver; su régimen se murió por todo y en la nada; mucha de su obra física sigue en pie; su obra política y sus historias se siguen contando. Publicaciones, libros, artículos y documentales, continúan dando cuenta de ello; algunos incluso, explicando los posibles porqués de las decisiones más significativas de su dictadura.
Las narraciones históricas de muchos pueblos en el mundo, se han contado mejor desde la perspectiva del gran conquistador, del osado estratega militar, del débil resistiendo al fuerte, del oprimido enfrentando al invasor o del cambio político estructural. Para el caso particular de nuestro México, desde ese pequeño grupo de insurgentes que, un día se les ocurrió independizarnos de la corona española; desde ese arraigado y apasionado sentimentalismo del presidente indígena acompañado de un grupo brillante de liberales desafiando a un imperio; o la administración de otro oaxaqueño dictador y tirano desde la silla presidencial de nuestro país.
En el caso de Don Porfirio, consideramos necesario estudiarle con todo el rigor que la historia amerita; como lo que al inicio y final de su vida fue: un hombre de razones, pero también de muchas pasiones.
Para este y muchos otros personajes de la historia de nuestro país… el lector siempre tendrán la mejor opinión.
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