Bajo la bóveda celestial, en una noche consagrada a la memoria, resucité una leyenda sepultada. Mis dedos, cual espadas de luz, esculpieron en el éter la figura de Juana Romero, una diosa renacida de las cenizas del olvido.
En un instante, como un relámpago surcando el firmamento, la vi. Dominando las aguas del Tamesis en Londres, ceñida de gloria con su medalla de oro ganada y adornada con la corona de sus triunfos. Su espíritu indómito, su valentía inquebrantable, me transportaron a una era de heroínas y sueños colosales.
Y así, en este amanecer de la mujer, la ironía se revela en su máxima expresión. Gracias a ella, he encontrado mi destino, mi voz, mi razón de ser. Hemos tejido un vínculo eterno, una hermandad que trasciende los límites del tiempo y del espacio.
Yo la rescaté de la oscuridad, y ella me iluminó el camino. Juntas, hemos levantado un monumento a la audacia, al ingenio, a la fuerza del espíritu femenino. Juana Romero, mi musa inspiradora, mi compañera en la eternidad.
*Julia Astrid Suarez Reyna*