Octavio Santiago
En la Europa de mediados del siglo XIX, se conocía como el misterio de los misterios, a los problemas de la evolución y de la selección natural.
Probablemente escritor de la naturaleza empeñado en descifrar el verdadero significado de la vida y con una prosa para mujeres y hombres promedio y no para sabelotodos, a finales de 1859, el naturalista inglés, Charles Robert Darwin publicó, El Origen de las Especies. Su título original en lengua inglesa era On the Origin of Species. En realidad, Darwin le había dado un nombre mucho más largo: El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la existencia. En esta obra maestra, nunca propuso que los humanos descienden de los monos. Tal vez a muchas personas en estos tiempos les sorprenda saber que la palabra “evolución” no aparece ni una sola vez en las primeras ediciones del libro. Darwin hablaba simplemente de variación. Solo al final, el verbo con el que se cierra la publicación es: evolucionar.
Hay que dejar claro que Darwin no fue el inventor de la idea de la evolución: Antes que él, la habían formulado entre otros, el naturalista francés Jean-Baptiste Lamarck (1744 -1829) y su propio abuelo Erasmus Darwin (1731-1802). Sin embargo, Darwin fue el primero, organizar los argumentos para presentar a la evolución como un hecho y, luego proponer a la selección natural, como mecanismo de ella. En la obra, fue capaz de explicar en forma simple que las especies cambiaban como resultado de una necesidad nueva; que la lucha por la supervivencia eliminaba las variaciones desfavorables y sobrevivían las más aptas; que el número de individuos de cada especie permanecía más o menos constante; y explicó, por medio de descripciones minuciosas, cómo variaban en todos los aspectos las distintas especies según el entorno.
En palabras muy simples, con su imperdible aporte a la ciencia de su tiempo, Darwin vierte luz sobre los linajes y el árbol de la vida; la importancia racional de la ventaja y la extinción gradual de los débiles como directrices primordiales del universo. Sin duda alguna, una nueva visión de la naturaleza escenificada como el teatro de una lucha brutal por la existencia.
El Origen de las Especies es una obra monumental que pudo haberse visto en aquella época como una gran sátira de lo que el sentido común y las creencias más atávicas querían hacerle creer a la sociedad. Pero si la obra fundacional de su teoría causó un terremoto en la ciencia y en el pensamiento humano en general, con su libro El origen del hombre, Darwin se convirtió en el centro de debates y críticas.
¿Fueron sus únicas obras? No. Publicó además: Arrecifes coralinos, en 1842; Mis diversas publicaciones, en 1844; Diario de viaje, en 1845; Fertilización de las orquídeas, en 1862; La expresión de las emociones en el hombre y en los animales, en 1872; Vida de Erasmus Darwin, en 1879; y por último, El poder del movimiento de las plantas en 1880.
Hasta nuestros días, a más de 200 años de distancia de su nacimiento, con razones por demás justas podemos afirmar que a Darwin se le tiene que considerar, junto a Nicolás Copérnico, Galileo Galilei, Isaac Newton y, más cerca de nosotros, Albert Einstein, como miembro del selecto club de superhéroes más influyentes de la ciencia moderna.
Charles Darwin reeditó hasta en cinco ocasiones El origen de las especies. Un año después de su aparición, en la segunda edición introduce dos retoques con respecto a la religión: incluye la mención al creador, que se mantendría en las siguientes ediciones, algo que se puede interpretar como un intento de calmar las críticas y cuestionamientos de los sectores católicos. En las páginas finales, inserta unas frases en las que defiende que no ve razón válida para que su teoría ofenda los sentimientos religiosos de nadie.
Indudablemente, se enfrentó a una generación que jugueteaba por primera vez con la modernidad. Es un ídolo hoy, que fue vituperado ayer. Sus teorías representaron un nuevo y definitivo golpe a la visión antropocéntrica y dogmático-teológica del universo, remitiendo al Homo sapiens a un modesto lugar junto a las demás especies que pueblan la tierra; haciendo patente además, el mecanismo que da lugar a la evolución de las mismas.
Entendiendo a Charles Darwin, y más como está el mundo, podemos decir con certeza hoy que, todos, absolutamente todos, moriremos. Algunos existiremos, por lo menos en parte, en nuestra descendencia. Solo tenemos que estar convencidos de que, todo este proceso espiral, gradual, imparable y brutal se extenderá en el tiempo sin retorno ni dirección.
X: @santiagooctavio
Facebook: Octavio Santiago
La redacción de Contrapropuesta, tiene el placer de publicar un aporte cultural del maestro Octavio Santiago, quien periódicamente estará con nosotros