El engendro creado en un laboratorio por el doctor Viktor Frankestein en la obra de Mary Shelley (1797-1851), Frankestein o el moderno Prometeo (1818), no tiene nombre. De ese centro de experimentos un desafiante científico le da vida a un demonio. De ahí surge una criatura a quien la autora pocas veces llama monstruo. El cine logró para tres o cuatro generaciones después que el apellido del sabio Viktor, se convirtiera en el nombre propio de su adefesio.
Mary Wollstonecraft Godwin, conocida mundialmente como Mary Shelley, nació en Londres en 1797. Fue hija de Mary Wollstonecraft, escritora y feminista, quien murió pocos días después de haberla parido; y de William Godwin, filósofo, periodista y activista político.
Toda su vida estuvo rodeada de intelectuales. Conoció en diferentes lapsos a: Humphry Davy, John William Polidori, Leigh Hunt, Edward Ellerker Williams, Thomas Medwin, Thomas Love Peacock, Edward Trelawny y, un largo etcétera. Probablemente Frankenstein fue engendrado una noche en compañía de Lord Byron en su casa de Ginebra cerca de un lago. Cierto es que Shelley tuvo una vida llena de pérdidas y ausencias que la marcaron; pero también, la posibilidad de vivir y educarse conforme al pensamiento crítico y liberal inculcado por su familia y amigos.
Volviendo al moderno Prometeo, tal vez la falta de una madre progenitora en el laboratorio de donde surge la criatura es la confirmación de una gran ausencia en la vida de la escritora. Para el caso de Mary Shelley, es pertinente mencionar que cuando permitimos que nuestra imaginación alce el vuelo, el arte nos permite reinterpretar constantemente nuestra naturaleza sin las ataduras de la razón. Eso quizá fue lo que logró con Frankestein o el moderno Prometeo; en donde, la ciencia ficción influye sobre el futuro y no solamente lo predice.
Después de muchos años de la aparición del libro de Mary Shelley; se puede decir que quizá este no sea un cuento de terror, sino uno provocación a explorar los límites del conocimiento. Tal vez la historia de cómo el doctor Frankenstein intenta crear vida es una poderosa metáfora de nuestras propias aspiraciones y hazañas como seres humanos.
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