Setenta y nueve años después

El dos de agosto de 1939, desde su casa de verano en Long Island, en los Estados Unidos, Albert Einstein firmó una carta de dos páginas de la autoría del físico Judío – Húngaro, Leo Szilard que después remitieron al Presidente de los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt. En aquella misiva le advertían al mandatario sobre la amenaza nuclear que representaba Alemania para el mundo. Aquellos trozos de papel cambiaron la historia. Fueron el detonante del Proyecto Manhattan que creó la primera bomba atómica en el mundo.

Posteriormente, el trigésimo cuarto Presidente de los Estados Unidos, Harry S. Truman, ordenó los bombardeos atómicos sobre el imperio del Japón, el seis y el nueve de agosto de 1945; sin duda alguna, acontecimientos que son hasta nuestros días una sombra negra y una llaga putrefacta en el costado de la humanidad. 

La Tierra nunca fue la misma después de aquel seis de agosto. A las 8:15 de la mañana el Enola Gay, un bombardero de la fuerza aérea estadounidense, dejó caer sobre Hiroshima a Little Boy, un artefacto nuclear que en segundos arrasó con todo lo que se podía imaginar y también lo que no. En ese terrorífico día, la presión ejercida en el epicentro del impacto fue de ocho toneladas por metro cuadrado y el calor disipado a nivel de la tierra, había sido de seis mil grados centígrados, suficientes para acabar con la vida de más de cien mil personas en un instante y dejar heridas para siempre al doble. Para que su poder fuera más destructivo, la bomba explotó 600 metros antes de tocar el suelo. La destrucción del hombre por el mismo hombre a su expresión máxima; palabras más, palabras menos, lo que James J. Weingartner llama “la deshumanización del enemigo”.

Unos días después, a primera hora del dos de septiembre de ese mismo año del 45, sobre la cubierta del USS Missouri, anclado en la bahía de Tokio, Mamoru Shigemitsu, Ministro de Asuntos Exteriores, firmó la histórica acta de rendición del Imperio del Sol Naciente que puso fin a la Segunda Guerra Mundial. Japón no tenía recursos para seguir peleando, estaba sometido a un brutal bloqueo comercial, energético e industrial por las potencias occidentales que se intensificó a inicios de los cuarentas del siglo pasado. Al tiempo de firmar la rendición, estaban sumidos en una miseria casi total.

A quienes les interese el tema, “Hiroshima” de John Hersey, presenta una narrativa muy poderosa de la reconstrucción y transformación de la vida de algunas personas que sobrevivieron al lanzamiento de la primera bomba atómica ese trágico seis de agosto; sin duda alguna, una cátedra de periodismo talentoso y sobrio al servicio de las nuevas sociedades. También, Kenzaburo Oé y sus “Cuadernos de Hiroshima” incluyen dos grandes canales sobre los sucesos: la experiencia de la catástrofe humana y las reflexiones sobre la misma.

Por estos acontecimientos, actualmente cada seis o nueve de agosto se realizan actos de concientización en todo el mundo, especialmente en Hiroshima, en el parque de la Paz, y en Nagasaki. 

En algún momento dijo Pablo Picasso: “Cada valor positivo tiene su precio en términos negativos, el genio de Einstein lleva a Hiroshima”. Después de muchos años, la barbarie contra los nipones sigue tatuada en el lado oscuro de la memoria humana. El reflejo del miedo por lo ocurrido en el Imperio del Sol Naciente setenta y nueve años después, se ve en las visiones de las sociedades más avanzadas de hoy con los conflictos en oriente medio y en Europa del este.

Hasta este siglo XXI, reconocemos que la gran cantidad de derechos humanos vulnerados durante los años de la Segunda Guerra Mundial llevó a la creación de la Declaración Universal de Derechos Humanos. 

En esta época de grandes acontecimientos en el mundo, las y los líderes tendrían que emprender proyectos para usar la fuerza del átomo en beneficio de las sociedades y no para destruirse mutuamente.

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