A principios de abril de 1909, Robert Peary y Matthew Henson, junto a cuatro esquimales afirmaron haber llegado por primera vez al Polo Norte en una aventura que había comenzado en julio del año anterior.
El polo sur fue una de las últimas fronteras de la Tierra. Noruegos y británicos se peleaban la hazaña de llegar primero allí en 1911. Particularmente para la historia en este mundo, los lugares de honor para quienes llegan después del primer sitio son muy escasos, por no decir inexistentes. Cuando el capitán Robert Falcon Scott, junto con su grupo de expedicionarios alcanzaron el polo sur geográfico del mundo un 17 de enero de 1912, descubrieron que los noruegos comandados por Roald Amundsen se les habían adelantado, llegando al sitio el 14 de diciembre de 1911. Lo menos malo para la empresa liderada por Scott no fue haber llegado en segundo lugar, lo peor para él y los suyos fue que esa gran aventura al polo sur les iba a costar la vida.
El 12 de noviembre de aquel 1912, tres cadáveres congelados dentro de sus bolsas de dormir en un campamento en medio de la nada fueron descubiertos por una partida de la expedición británica. La exploración es una carrera de velocidad con vallas. No puede permitirse morosidades ni devaneos que amenacen la vuelta. Antes, el suboficial Edgar Evans, murió como resultado de una probable lesión cerebral al caer en una grieta el 17 de febrero. El siguiente deceso fue el del capitán Lawrence Oates, quien temeroso de retrasar con sus padecimientos a sus compañeros “salió a caminar” –como se lo comentó a Scott, quien lo escribió en su cuaderno el 17 de marzo con la famosa frase: «Voy a salir y puede que tarde un poco»-. Las manos de Oates se volvieron inútiles por la congelación y una pierna gangrenada le convirtieron en un bulto inservible para ser transportado en medio de la inclemente gelidez del tiempo.
Los datos del ahora famoso cuaderno de anotaciones del capitán Scott son por lo menos, estremecedores. Las líneas describen el monólogo de un fallecido con la muerte. De su puño y letra se muestra a sí mismo frente a frente con el final de su vida e intenta irse del plano terrenal como en pasajes o capítulos de una serie cuyo final conoce de antemano.
Se cree que al finalizar marzo, pudo haber fallecido junto con sus hombres. Justo el día 29 de ese mes había escrito: «Perseveraremos hasta el final, pero cada vez nos encontramos más débiles, y el fin no puede estar lejos. Es una pena, pero no creo que pueda escribir más. Por el amor de Dios, cuiden de nuestra gente». Alcanzaron el polo sur pero, el propio Scott, Wilson, Bowers, Evans y Oates construyeron así uno de los fracasos más significativos en la historia de las exploraciones del mundo. En la geografía aparejada con la exploración, al igual que en las pistas de atletismo ¡Gana el que llega primero! pero gana más el que llega vivo.
La exploración de la Tierra en la época de Scott, era una carrera de velocidad con grandes obstáculos que no tenía cabida para tardanzas ni titubeos que amenazaran el regreso. Después de más de 100 años de aquellos terribles sucesos y, como resultado de análisis serios, muy probablemente fallas de logística determinaron su desastroso final y el de su expedición a la Antártida: escogieron una ruta más larga que los noruegos para llegar al polo; llevaban caballos mongoles y máquinas de tracción que nunca funcionaron o lo hicieron mal; eran más expedicionarios que las raciones que habían sido calculadas originalmente; el contenido calórico de los alimentos no era el adecuado; usaron vestuario inapropiado; sellos de contenedores de combustible defectuosos, etcétera.
La carrera entre Amundsen y Scott, al final de cuentas, a lo mejor solo se centraba en el derecho de gritar: ¡Llegué antes que otros! Los exploradores por más lejos que se encuentren, nunca sueltan el hilo que los ata al punto desde donde parten. Para Robert Falcon Scott, ese hilo se rompió en busca de la gloria. Su tragedia hasta nuestros días, se agazapa en las diferencias entre lo que se quiere y la salvaje naturaleza del mundo en que vivimos.
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